Este fin de semana a sido especial. Ayer celebramos el cumpleaños de mi niña y de una amiga, con una fiesta: 9 años.
1.- Vinieron 14 niños.
2.- Les preparé una auténtica merienda, estupendamente. A todo detalle.
3.- Había de todo: Cake pops, varitas mágicas, galletas con el número 9 de chocolate, cupcakes… y todo ello decorado con toppers y varios detalles.
4.- Lo decoré todo con tazas estupendas, de estas preciosas de cerámica de Laura Ashley.
5.- Además de una tarta de esas, que a mí tanto me gustan. Una de esas con banderitas tipo patchwork.
Con el fin de prepararlo todo, me pasé todo el Sábado y parte del Domingo con la cabeza metida en el horno, mientras que mis pies colaboraban realizando manualidades extras.
Lo hice muy a gusto. Eso sí, y porque yo lo quise, que nadie me obligó. Ni mucho menos.
Cuál fue mi sorpresa, que cuando llegaron los niños, simplemente pasaron de largo, y no le hicieron ni caso (“por no decir algo más fuerte”), a nada de lo que les había preparado con tanto mimo y cariño.
Me quedé anonadada! No me lo podía ni creer! Pero es que estos niños de hoy en día no valoran nada de nada? Cómo es que no les había llamado la atención nada lo que les había preparado? No escuché ningún uauuuuh, halaaaaa, miraaaaa… No es que esperase nada del otro mundo. Pero un poquito más de ilusión siquiera…
Y fue entonces, cuando los padres presentes, empezamos a comentar el panorama:
Cuando nosotros éramos pequeñitos, ahora rondamos los 40 y pocos, disfrutábamos de unas merendolas muchísimo más sencillas.
Seguro que muchos os acordáis de ellas: Pan Bimbo con Nocilla y chorizo, patatas fritas, chocolate hecho calentito, una tarta de postre, Kas naranja y coca cola... y para de contar!
Y cómo nos poníamos todos? Pues nos poníamos tremendos! Encantados, tan contentos, con nuestra tripita llena!
no
En cambio, ayer como os contaba, después de sobrar más de tres cuartas partes de lo que les había preparado, uno de los niños, me pregunto a ver si no les íbamos a dar un cono de chuches al final de la fiesta.
Poco me falto para enviarle a... .... .... a dónde? Como buena madre, muy educada, le sonreí, y le dije que no había chuches. Que no las habíamos comprado, y que lo sentíamos mucho. No vaya ser que...
Pero bueno... eso... que me quedé muy confusa con la situación:
¿Cómo estamos educando a nuestros niños, para que hayamos llegado al extremo de que no sepan valorar nada? Anécdotas como estas de la merienda, tienden a extenderse a patadas, durante el resto del día.
La mayoría de nuestros niños, tienen de todo... demasiado! No valoran lo que tienen, no tiene ilusión por recibir los regalos… Vamos, que es un poquito, triste.
Y claro está, la mayor responsabilidad de todo esto, la tenemos nosotros: Los padres.
Pues vaya panorama! No nos podemos ni quejar de lo que estamos construyendo, ya que es de nuestra propia cosecha...
En fin, yo a lo mío! Haré lo poquito que pueda. Tendré que empeñarme seriamente en enseñar a mis niños, a valorar lo que tienen. No lo tengo fácil, pero... me voy a esmerar!
Ahora sí, una cosa sí que tengo clara:
La merienda del año que viene, va a ser muy diferente a la de este año.
Voy a sacar la cartera, voy a pagarles la entrada del cine, les compraré una palomitas bien ricas y calentitas, una coca cola bien fría… Y arreando! Todos tan contentos!
¿Qué os parece?
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