El entorno era de postal: Allí estaban ellos, tan campantes, posicionados en torres de diferentes colores, todos preciosos, tan perfectos... de verdad, que me encantaron.
En ese momento, no me podía imaginar que años más tarde, vendrían a visitarme a casa, casi por casualidad.
¡Vaya osadía! Pero si yo no soy pastelera...
Y ahora que me lo he propuesto... ya no hay vuelta atrás. ¡Ya es cuestión de orgullo! ¡Van a salir, sí o sí!
¿Que de qué estoy hablando? ¿Os estoy despistando?
¡Pues sí! Hablo de ellos: de los macarons.

Es cierto lo que dice la leyenda: Los macarons son bastante puñeteros.
En si, los pasos a seguir, no son para nada complicados.
Pero... cualquier pequeño error, es suficiente para que aparezca un pequeño desastre.
A mi, poco me ha faltado para tirar la toalla.
He tenido que repetirlos hasta 5 veces, y todavía tengo un enorme campo de mejora.
¡Pero bueno! Una vez que van saliendo, les coges el gustillo... y lo vas cogiendo como un reto: mejorar, mejorar, y mejorar.
¡Venga! Comenzamos con la receta. ¡Que no decaiga el ánimo!